Zapatillas, pantalones, vestidos, e incluso, guantes de nieve: en el desierto de Atacama, en el norte de Chile, se puede encontrar de todo.
Al este de la localidad chilena de Iquique, se extiende el desierto más seco de nuestro planeta, tanto, que en algunos lugares jamás ha llovido ni existe vida. En cambio, lo que sí hay son toneladas de ropa a punto de incendiarse.
Miles de toneladas de desechos textiles —provenientes en su mayoría de Estados Unidos, Europa o Asia—, terminan allí, formando enormes montañas de prendas de segunda mano.
Chile es el mayor importador de ropa usada de Sudamérica. Pero se calcula que de las 59.000 toneladas que entran al año, más de la mitad va a parar a vertederos clandestinos.
“Hemos transformado nuestra ciudad en el basurero del mundo”, dice Patricio Ferreira, alcalde de Alto Hospicio, la comuna donde se encuentra la gran mayoría de los basurales.
¿Soluciones?
El problema de la ropa en el desierto de Atacama no es nuevo.
Hace al menos 15 años que los desechos textiles se vienen acumulando en este icónico lugar aunque ahora su proporción es mucho mayor, afectando un total de 300 hectáreas, según la secretaría del medioambiente de la región de Tarapacá.
La solución, sin embargo, no es sencilla.

Por el momento, hay dos planes en marcha: un programa de erradicación de los basurales clandestinos y la incorporación de la ropa usada en la Ley de Responsabilidad Extendida del Productor (REP), que establece una obligación a las compañías que importan a hacerse cargo de sus residuos.
Sin embargo, aún faltan pasos importantes para que ambos planes se hagan realidad: en el caso del primero, todavía debe ser aprobado por el gobernador regional, y en el caso del segundo, aún debe elaborarse un decreto que establecerá esa obligación.
“No es fácil conciliar tantos intereses para poder hacer una solución tajante, como prohibir el ingreso de la ropa usada, eso no es factible”, dice Moyra Rojas, secretaria regional del medioambiente de la región de Tarapacá.
Además, la falta de fiscalización y control en el área hace que sea muy fácil arrojar la ropa en vertederos ilegales.
“Alto Hospicio es una comuna vulnerable, que tiene un presupuesto muy bajo. No podemos contratar a más fiscalizadores, no nos dan los recursos”, explica Ortega.
“Nadie quiere vivir en un basurero”
Ante la falta real de soluciones —y el aumento indiscriminado de la llamada “moda rápida”—, la ropa se sigue acumulando en este inhóspito desierto todos los días.

Desgastados muñecos y juegos infantiles escondidos entre las montañas del desierto evidencian el paso del tiempo y, de alguna forma, el abandono de una zona alejada de los países desarrollados desde donde viene mucha de la ropa que está tirada aquí.
“Nadie quiere vivir en un basurero”, dice Ferreira.
“Y lamentablemente hemos transformado nuestra ciudad en el basurero del mundo”, concluye.
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